Víctor Peñasco Castellana y María Josefa Pérez de Soto habían contraído matrimonio en Madrid el 8 de diciembre de 1810 y eligieron el Titanic para celebrar su luna de miel.
Fue una de las bodas más sonadas de inicios del SXIX. Víctor Peñasco Castellana, nieto de José Canalejas, primer ministro de Alfonso XIII y María Josefa Pérez de Soto habían contraído matrimonio en Madrid el 8 de diciembre de 1810 y se dirigieron a Europa a celebrar su luna de miel. Nada menos que 17 meses pasaron entre Viena, el Orient Express o Montecarlo. Pero fue en París dónde se toparon con un folleto del viaje inaugural del 'Royal Mail Steamship Titanic', el buque estrella de la compañía White Star, que zarpaba con destino a Nueva York haciendo escala en Francia.
La pareja decidió, haciendo caso omiso a los presagios de su madre, embarcarse en aquel buque "insumergible", de 269 metros de eslora, con decoración inspirada en el Palacio de Versalles. Mientras tanto, otro criado suyo se quedaría en París para avalar la coartada de que permanecían en la ciudad de la luz. Pero la pareja ya había embarcado en Chersburgo, tras pagar 108 libras por el billete de primera clase número 17.758. Se alojaron en el camarote C65 y colocaron a su doncella, Fermina, en el de enfrente. El Titanic había zarpado de Southampton El (Reino Unido) hacia Nueva York el 10 de abril de 1912, con algunos de los miembros más distinguidos de la sociedad del momento. Tras hacer escala, un total de 2.207 personas, según el Club Fundación Titanic, se encontraban a bordo de "la mayor máquina jamás construida", diseño de Thomas Andrews.
Los Peñasco se mezclaron los días de travesía con otras acaudaladas familias como la del Coronel Astor, cuya fortuna superaba los 750 millones de euros; o Ben Guggenheim, quien en traje de etiqueta en la cubierta ladeada, afirmaría la gélida noche del hundimiento: "Estamos listos para morir como caballeros". Les acompañaban también a bordo otros siete españoles según los historiadores: las hermanas Florentina y Asunción Durán, Emili Pallàs Castelló, Julià Padró Manent, Encarnación Reinaldo, Servando Ovíes Rodríguez y Juan (Jean) Javier Monrós o Mouros.
Cuatro días después de su salida, a la altura de Terranova, justo a las 23:40 horas, con el mar calmado como un espejo, chocó por estribor con un iceberg. Navegaba a toda máquina. Sólo María Josefa y Fermina tuvieron posibilidad de subirse a un bote salvavidas. Víctor permaneció en el barco. Desde el bote 8, con la condesa de Rothes, Josefa pudo ver como Víctor imploraba suerte. No la tendría. El sonido de los músicos de la Orquesta, que continuaron tocando en cubierta incitando a un frágil optimismo, le acompañaría hasta el hundimiento del "barco insumergible". A él y a más de 1.500 pasajeros que perecieron en el Atlántico.
Víctor nunca aparecería. Y dado que el cuerpo era imprescindible para llevar a cabo la declaración de viudedad de María Josefa, la familia compraría otro cadáver irreconocible aparecido en la zona del naufragio meses después. El suyo sería un ejemplo más de un sueño truncado por una tragedia que acabaría convirtiéndose en mito universal.
Fuente Cadenaser.com
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