Desde el siglo XV hasta que se abolió en España en el siglo XIX, la Inquisición ha formado parte de uno de los pilares más pesados de nuestra Leyenda Negra, y hay que decir que, en este caso, con fundamentos ciertos.
Aunque apareció en Francia en el siglo XII, fuimos los españoles los que la pusimos de moda a lo largo de los siglos XV y XVI. Sus tentáculos se extendieron por toda la geografía del Imperio alcanzando América, con un rigor y una irracionalidad que hoy difícilmente comprendemos.
La Inquisición perseguía cualquier tipo de comportamiento heterodoxo planteado por la Iglesia y las Sagradas Escrituras. Es decir, se consideraba herejía cualquier otra religión, comportamientos supuestamente amorales, creencias en elementos paganos, etcétera.
La sociedad de la época mostraba un prisma de doble moral. Uno de sus mayores baluartes lo encontramos en el propio rey, Felipe II (1527-1598), instigador de la Inquisición y azote de infieles, mientras que al mismo tiempo y en su propia casa disfrutaba de libros de magia y de las reliquias más esotéricas e idólatras.
La Inquisición, en su celo de controlar todo aquello que estuviera relacionado con la Iglesia, también persiguió a algunos de sus protagonistas más insignes. Es el caso de santa Teresa de Jesús (1515-1582) y de su obra el Libro de su vida. A raíz de su estancia en la villa ducal de Pastrana, bajo la mano de la princesa de Éboli en Pastrana (Guadalajara), el texto de santa Teresa estuvo diez años secuestrado por la Inquisición, institución que tenía una casa en la propia villa alcarreña.
En la conocida calle de la Palma todavía se ve el escudo con la palma y la espada, símbolos del Santo Oficio de la Inquisición. A oídos de los inquisidores debieron de llegar los rumores y los comentarios del servicio de la Princesa sobre los extraños y sobrenaturales prodigios protagonizados por la santa abulense. No hay que olvidar lo presente que estaba en la mente de todos la existencia de supuestas herejías de alumbrados en Pastrana y que tanto se hicieron eco en el reinado de Felipe IV ya en el siglo XVII.
La expansión del protestantismo
Entre los siglos XVI y XVII Europa sufre intensamente los problemas que acarreaban la expansión del protestantismo y de diferentes corrientes religiosas denominadas heréticas. Esta es la razón por la que en 1542 el papa Pablo III funda el llamado Santo Oficio como una versión corregida y aumentada de la antigua Inquisición. Al mismo tiempo, cuando todo parece indicar que visto desde fuera nos encontramos ante una sociedad ultraconservadora, integrista y tradicional, resulta llamativo observar que en realidad sucedía todo lo contrario. Parecía ser público y notorio que absolutamente todo el mundo fuera de la condición social que fuese, tenía sus pequeños contactos con la magia y lo que hoy denominamos esoterismo. Cualquiera que se haya acercado a los libros de historia de esta época habrá comprobado la constante ambigüedad a la que nos referimos.
Como hemos dicho, el monarca español Felipe II, por ejemplo, fervoroso creyente y uno de los principales defensores de la institución inquisitorial, tenía su biblioteca particular de El Escorial repleta de libros de magia y astrología además de haber contratado para la fabricación de potingues maravillosos a diferentes alquimistas europeos. En el reinado de su nieto Felipe IV, el Conde Duque de Olivares (1587-1645), hombre fiel a la causa y la fe españolas, contaba con sus magos que, como cuenta Gregorio Marañón en su libro El Conde Duque de Olivares, la pasión de mandar (Madrid 1936), le ayudaban a decidirse en las cuestiones de estado o las de su familia. Ante todo esto, la Inquisición hacía la vista gorda.
Fuente Cadena Ser
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